Vivimos sumergidos en una época que parece hacernos sentir que para todo llegamos siempre tarde. En un mundo en el que “está todo inventado” “está todo pensado” y “está todo dicho” uno se cuestiona ¿y qué hago ahora yo? ¿qué aporto? Nos desesperamos por dar más, ser más –y no menos, nunca menos.- asfixiados por el miedo narcisista a fallar. Y así, nos ofuscamos en la rutina y las expectativas que el mundo exterior focaliza en cada uno de nosotros. Acorralados en la ansiedad del yo del mañana, del futuro, olvidándonos del yo del ahora. Dejando de lado, casi sin ser conscientes, lo que somos y lo que queremos ser realmente, por suplir las expectativas de un mundo podrido que ha olvidado su naturaleza, que ignora su pasado. Pendientes de las fechas marcadas en el calendario como “importantes” –navidad, cumpleaños, semana santa-, plazos de trabajo, etc. Mientras la vida sucede, mientras todo pasa y nos vamos desgastando. Y vemos con indiferencia las guerras, y el hambre y todo lo ajeno a uno mismo y a su entorno. Pero en nuestro interior es inevitable saber, aunque sea de forma inconsciente, que no estamos siendo, sino fingiéndonos ser, con la ya típica máscara del individuo del s. XXI. Este caracterizado por la prisa y todo lo anteriormente nombrado.
Y, sí; “vivimos sumergidos en una época que parece hacernos sentir que para todo llegamos siempre tarde." pero, paradójicamente, vivimos esperando. Sin querer ser conscientes de ello, lo hacemos. Esperando a esa entrega de un proyecto que nos satura la mente, al cumpleaños y su fiesta de celebración, o a la navidad y el caos de las compras y la gente y el agobio, y “qué pasen ya estas fechas.” Esperamos a que se sucedan mientras estamos envueltos en ellas, y ajenos a uno mismo, en nuestra burbuja de quehaceres. Postergamos lo que realmente querríamos hacer “para cuando haya tiempo.” Y los calendarios van pasando y acumulándose año tras año en algún rincón de la casa que ya mira con indiferencia como nada cambia. Y seguimos, ilusamente, esperando no solo a que lleguen y se pasen esos días y con ellos el nervio que provoca aguardarlos, sino, lo que es aún más triste, vivimos esperando “a tener tiempo” para el yo que somos auténticamente. Nos postergamos para mañana, mientras le ofrecemos el primer lugar de nuestra vida a todo lo ajeno. Vivimos esperando a ser valientes para decidir ser quienes somos en realidad, mientras nos dejamos llevar hacía la “falsa felicidad” de ser lo que el resto espera de nosotros.
|
Cristina Peri Rossi, Estrategias del deseo |
|