Obra por Max Ernst |
ni oír el rugido del
león para saber que está ahí.
Aunque no hayan
dentaduras que nos amenacen,
ni pelajes inmensos que
sobrepasen nuestra fuerza humana.
Ni león,
ni leones.
Está ahí.
Habita en nuestros miedos,
dirección a la calle sin
salida de la agonía. Dónde
el tic-tac del reloj marca las siete del
siete del año que viene.
Y nunca llega,
y nunca pasa,
y nunca se calma.
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