Este lugar que antes era tan pobre, sucio y denso, ahora
desprende bienestar. El alma de las cosas que lo conforma ha cambiado, porque
también lo hemos hechos nosotros. Hemos sacado lo que no servía, limpiado las
esquinas, arrancado la mugre de las paredes que hoy lucen blancas y llenas de
vida. Y es curioso como este reciente entorno, cuidado y hogareño, nos agradece
su depuración provocando mayor sensación de plenitud y confort en nosotros. Al
-estar-, al -ser- aquí, aumentando la intención, la emoción, la necesidad que
nos llevó a moverlo todo y, en definitiva, potenciándola, potenciándonos.
El alma de lo que nos rodea es un reflejo del ser. No solo la arquitectura del medio en el que
pasamos la mayor parte del tiempo nos condiciona y moldea, también los pequeños
detalles con que decoramos un espacio. Los ambientes que creamos mediante el
color, las texturas, el tipo de luz, las plantas o los dibujos y pinturas. Lo
que elegimos que habite con nosotros o no, aquello que permitimos que esté o
no, es muestra de nuestros estados internos, de como somos. Igual con las personas, igual con lo que elegimos comer o vestir.
Y creo que esto puede manifestarse no solo en lo mencionado y en como nos sentimos al respecto, sino también en como actuamos; provocando el despertar de pequeñas acciones. Por ejemplo: vivir en un espacio limpio y ligero -puede- sacudir la responsabilidad de cuidar los entornos por los que se pasea, de percatarnos de lo que sobra y de quitar la basura que se encuentre allí dónde se esté. De no permitir que eso quede ahí, formando parte del alma de ese paisaje, de lo que uno es.
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Also by Boe Marion. |