By Geoffrey Johnson |
Alzó la vista.
No queda nadie. No queda nada. Tan sólo
el sonido del aire ocupando cada rincón vacío.
Todos han caído.
No volverán a escuchar la paz.
Brotó una tímida lágrima. Cientas. Miles,
—¿De qué me vale haber sobrevivido si no tengo con quien celebrarlo?
Se apuntó con su arma.
Se despidió de aquella horrorosa calma.
Saludó a la desconocida.
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