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miércoles, 11 de junio de 2014

Sin más.


Hay días de sólo querer salir a solas contigo misma. De pasearte a observar el mundo. Días de dedicarte caprichos porque sí, porque (te) quieres. 

Aquel día era de ese tipo. Se me apetecía dedicarme algo caliente y un dulce de esos cremosos que suelen tener en aquel café. 
Me encanta ese sitio. No sé si es por las fotos de artistas y la buena música que lo acompañan, si son esos asientos rojos encajados a la pared que rodean las mesas y que tanto me han gustado desde siempre o si es el hecho de que suele estar vacío de ese tipo de gente que resulta algo incomodante. O todo. No lo sé, pero desde que lo descubrí ha sido mi locus amoenus para cuando quiero meditar y relajarme sin más compañía que la mía. 

Hice sonar la campana de la puerta, me dirigí a la derecha de esta y me senté en el segundo sillón de la primera mesa que encontré. 
Me atendió el simpático camarero que ya lo había hecho las otras veces que me había pasado por allí. Creo que para entonces ya se había familiarizado conmigo porque me preguntó si querría lo de las otras veces, a lo que asentí tímidamente. 

En menos de 5 minutos ya estaba baňando mis labios en una espumosa taza de chocolate con el periódico de la semana pasada delante, pero no me importaba, ese tampoco lo había leído.

Me dio por mirar el horóscopo, y admito que no creo mucho en esas cosas pero ese día sentí curiosidad. Ponía algo sobre que uno de esos siete días tendría lugar algún suceso inesperado que podría cambiar el rumbo de los acuarios, y me reí. En seis días no había pasado nada así y el último día de esa semana no parecía que fuera a ser distinto.

De pronto sonó la campana de la puerta y aparté casi inevitablemente la mirada del papel.
No esperaba a nadie, pero alguien llegó. 

Sonaba The way you look tonight cuando esa chica de cabello castaño y piel perlosa se sentó en el primer sillón de la mesa que me había dado por elegir. 
Me quedé perpleja. Juraría que ni me vio al hacerlo. 
Parecía asustada, no dejaba de mirar hacia el extremo del local que se situaba tras su espalda. 
Estaba tan desconcertada que no me atreví a decirle nada. 
En una de esas se dio cuenta de que la estaba analizando, o igual le empezó a doler el cuello, quien sabe. Pero me miró. 

Las personas que tienen colores de ojos llamativos suelen dejarme embobada tan sólo observándolos. Ella los tenia  azules y no pude evitarlo. 
Desconozco cuantos segundos me pasé mirándole el iris hasta que habló, pero tampoco es importante saberlo. 
El caso es que abrió sus labios rosados y carnosos para disculparse. Luego, sin que yo dijera nada, me contó lo que la había llevado hasta allí, como quien se ha retenido calladamente tanto algo, que ya no puede aguantárselo más y se lo libera a cualquiera.

Hubo un momento de la conversación en el cual nos desviamos del tema y sin querer empezamos  a hablar de cosas que ni recuerdo, pero es curioso porque creo que hasta le hice olvidar lo que la había hecho adentrarse en aquel local. 
Perdimos la cuenta de las risas y las horas que se nos habían pasado.
Me vi obligada a pedir alguna otra cosa más al camarero para así disimular lo que realmente me hacía no querer irme.

Hablábamos y la distancia de esa tabla que nos alejaba se iba haciendo a cada palabra más y más corta.

Me rozó la mano y casi me para el mundo. Aunque de alguna forma ya lo había hecho al hacerme perder la noción de la vida por tanto tiempo seguido. 

Todo perdió su encanto cuando miró su reloj y me dijo que tenía que irse. Mi cabeza no pudo evitar pensar un "quédate un poco más", pero no me atreví a decirlo, aunque si pude notar en su mirada que ella tampoco quería hacer sonar la campana de aquella puerta para no volver a ese instante ya nunca más.
Lo confirmé cuando se abalanzó sobre la poca distancia que ya nos separaba hasta llegarme a los labios.

No quiero hablar de como reaccioné porque todo aquello estaba siendo demasiado extraño, o quizá impredecible, pero también increíblemente mágico.

Pedí la única cuenta que me tenían al contado mientras la veía deslizarse para salir de aquel asiento que al igual que yo, también la vería darse la vuelta para dejar de hacer de ese día, recuerdos. Aunque también le dio la vuelta a todo. No sé si me explico.

Antes de que se perdiera entre la multitud me atreví a preguntarle cuándo la volvería a ver, a lo que sonriendo me respondió: 
"algún otro día inesperado, en cualquier otro lugar al azar".

Se marchó de aquel café dejándome un sabor agridulce en los labios y mil preguntas para las que aún no he encontrado respuesta. Se marchó, pero permaneció en mi cabeza de camino a casa toda esa noche, y unas cuantas más.


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